terça-feira, 2 de novembro de 2010

EL SUR

Desde un rincón el viejo gaucho estático, en el que Dahlmann vio una cifra del Sur (del Sur que era suyo), le tiró una daga desnuda que vino a caer a sus pies. Era como si el Sur hubiera resuelto que Dahlmann aceptara el duelo. Dahlmann se inclinó a recoger la daga y sintió dos cosas. La primera, que ese acto casi instintivo lo comprometía a pelear. La segunda, que el arma, en su mano torpe, no serviría para defenderlo, sino para justificar que lo mataran. Alguna vez había jugado con un puñal, como todos los hombres, pero su esgrima no pasaba de una noción de que los golpes deben ir hacia arriba y con el filo para adentro. No hubieran permitido en el sanatorio que me pasaran estas cosas, pensó.
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-Vamos saliendo- dijo el otro.
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Salieron, y si en Dahlmann no había esperanza, tampoco había temor. Sintió, al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta, en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir o soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido o soñado.
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Dahlmann empuña con firmeza el cuchillo, que acaso no sabrá manejar, y sale a la llanura.
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Reproduzo o final de El sur, de Jorge Luis Borges (1899-1986). O conto, publicado pela primeira vez em 1953, era considerado pelo seu autor como sendo, talvez, o seu melhor. Não me parece que seja, embora não seja conhecedor da Literatura, mas não fico indiferente à carga onírica da pequena narrativa. Dahlmann caminha ao encontro do sul e da sua perdição. Autor fascinado pelos espelhos, Borges talvez tivesse gostado de conhecer Francesca Woodman (1958-1981), que na sua breve existência caminhou, sem retorno, em direcção ao desconhecido.

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