Poucos livros, muito poucos mesmo, me
deixaram tão fundas marcas como Cem anos de solidão e Crónica de uma morte anunciada. O primeiro
data de 1967 (li-o em 1983), o segundo de 1981 (li-o talvez em 1984). Tenho
recordações precisas do primeiro, folheado com prazer nas noites de Mértola,
depois de um dia de escavações.
Começa assim o primeiro:
Muchos años después, frente al pelotón
de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde
remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una
aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de
aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y
enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas
carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarías con el dedo. Todos
los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su
carpa cerca de la aldea, y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a
conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de
barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquiades,
hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava
maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia.
E assim o segundo:
El día en que lo
iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5,30 de la mañana para esperar el
buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de
higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el
sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagadas de
pájaros. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre,
evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. «La semana
anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba
sin tropezar entre los almendros» me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada
de intérprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en
ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su
hijo, ni en los otros sueños con árboles que él le había contado en las mañanas
que precedieron a su muerte.
Li os dois em português. Dei-me conta, anos mais tarde, da dificuldade de certas passagens do castelhano caribenho do autor. Para sempre, reterei a importância da fluidez da escrita. E a extraordinária importância de escrever bem. Daí o insuperável prazer que autores como García Márquez nos dão. É a diferença entre autores como ele e outros menos dotados.
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